Por Gonzalo de Miceu
Argentina
En "M" (1931), a grandes rasgos se puede diferenciar cuatro grupos sociales bien delimitados. Los defensores y aplicadores de la ley en sus intentos de resolver un caso; los del hampa -desposeídos y ladrones- que buscan llevar a juicio clandestino un homicida que atenta contra la ética del ladrón y enturbia el funcionamiento de la mafia; y los niños y madres víctimas del psicópata. Lo siguiente es tratar de definir como se superponen y comunican estas capas sociales.
En un principio, es un anormal -agente individual- el que perturba todo el orden social. Como anormal debe ser eliminado o normalizado según la óptica del grupo social al cual se refiera. El anormal ataca directamente la base estructural de una sociedad, los niños. La profanación contra los infantes dispara caos y sensacionalismo mediático que obliga a las fuerzas de la ley actuar bajo presión y duplicar los mecanismos de vigilancia. Las medidas de control se vuelven intensas, panópticas, al punto del absurdo. Esta actitud desmedida de la Policía hace saltar a los cabecillas de la delincuencia, cuyos negocios se ven perjudicados y obstaculizados. Así tenemos dos sectores opuestos –la ley y los marginales- en busca de una misma solución: la desaparición de lo monstruoso. Pero no son únicamente la media y los negocios los que demandan calma y salvataje, hay toda una dimensión moral subyacente a cada movilización social. Sea la restauración del orden como el ultraje a la ética clandestina.
Más allá de que la Policía obtiene pruebas certeras que finalmente la conducirán al asesino, la eficacia de la colectividad marginal se muestra suprema a la hora de actuar. Toda una administración de los ilegalismos es la contracara del derecho y la claridad penal. A pesar de la invisibilidad marginal –no es casual que aquel que descubre al asesino sea un ciego como engranaje de la lógica de la vigilancia vagabunda- esta parcela es constitutiva a fuerza de negación creadora de la lucidez comunitaria. La clandestinidad es necesaria para la existencia del orden social. Es el individuo defectuoso y deforme aquel que pone en jaque la supremacía de los dos estamentos sociales divididos por lo posible y prohibido. Es el individuo anormal el que carga con la “M” en el saco. El estigmatizado, el señalado.
Más allá de que la Policía obtiene pruebas certeras que finalmente la conducirán al asesino, la eficacia de la colectividad marginal se muestra suprema a la hora de actuar. Toda una administración de los ilegalismos es la contracara del derecho y la claridad penal. A pesar de la invisibilidad marginal –no es casual que aquel que descubre al asesino sea un ciego como engranaje de la lógica de la vigilancia vagabunda- esta parcela es constitutiva a fuerza de negación creadora de la lucidez comunitaria. La clandestinidad es necesaria para la existencia del orden social. Es el individuo defectuoso y deforme aquel que pone en jaque la supremacía de los dos estamentos sociales divididos por lo posible y prohibido. Es el individuo anormal el que carga con la “M” en el saco. El estigmatizado, el señalado.
Durante el juicio ilegítimo en los tribunales del hampa, Lang practica una revisión y deconstrucción orgánica del modelo de personaje sociópata. Siguiendo la línea de Francis Vanoye, cuando escribe en "Guiones modelo y modelos de guión" en relación con el tipo sociópata como modelo de personaje:
"Inestabilidad social, delincuencia, agresividad, son los rasgos de comportamientos comunes. Pero también: amabilidad, dependencia, inmadurez, negativa a considerar la responsabilidad de sus actos, ausencia de ética y dominio sobre uno mismo, imaginario débil, oscilación entre papeles de perseguidor y de víctima".
Las defensas y ataques contra la responsabilidad del asesino son una clase teórica de cómo construir un personaje, de cómo amarlo por más desagradable que sea. Hay un vacío trágico a la hora de juzgar a Peter Lorre, donde deja de importar el castigo y prima la peligrosidad de la masa, la ineficacia del orden jurídico-penal a la hora de ajustarse a sus estándares.
El filme termina por proponer dos lecturas morales sobre la recapturación y juzgamiento del anormal por la ley. Pena de muerte como resarcimiento a manos del hampa o condena a manicomio por el poder judicial. Es en el último plano donde se hacen visibles los rostros en luto de las madres de los ejecutados. ¿Qué va a ser de las madres de los desaparecidos? ¿No es acaso la venganza, lo pasional e irracional lo que el orden jurídico constriñe y atrofia?
Título original: "M". Título alternativo: "M – Eine Stadt sucht einen Mörder", "M, el vampiro de Düsseldorf" y "El vampiro negro". País y año: Alemania, 1931. Director: Fritz Lang. Guión de: Fritz Lang y Thea von Harbou. Elenco: Peter Lorre, Ellen Widmann, Inge Landgut, Otto Wernicke y otros.
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