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15 abr 2013

"The ABCs of Death" (2012) y "The Act of Killing" (2012): La muerte en el cine... o del cine

 
Por Juan Martín Staffa
Desde el BAFICI
Argentina


En tiempos dulces para el cine de terror latinoamericano, festivales muy importantes de la talla del BAFICI –siglas de Buenos Aires Festival Internacional de Cine Independiente– comienzan a reconocer definitivamente a este género, casi siempre relegado en las competencias internacionales más relevantes, como uno de los más importantes de la cinematografía mundial.

Ahora bien, los primeros días de este exitoso evento porteño –aunque no exento de polémica en cuanto a su organización, luego de que se mudaran varias de las sedes a una de las zonas más acaudaladas de la ciudad, lo cual desató severas críticas de las autoridades nacionales, enfrentadas políticamente con el gobierno de la capital– dejan sensaciones ambiguas en lo que se refiere a la calidad de las películas cuya temática central es el terror.

Por un lado, encontrar en la Sección Panorama, la más nutrida de todas, a una película como "The ABCs of Death" (2012) es todo un halago para con el género que tanto nos gusta. Claro que, luego de ver la película, uno llega a preguntarse acerca de los motivos de la organización para incluir a dicha cinta junto a otras de directores acostumbrados a los festivales más importantes del mundo, como Olivier Assayas, Takeshi Kitano y Manoel de Oliveira. ¿Es una declaración sincera de los programadores de que tienen en buena estima el cine de terror? ¿O acaso se trata de una movida de marketing para atraer un suculento mercado cautivo como es el público joven fanático de aquel género?

Es que no se entiende muy bien cómo, de entre todas las buenas películas de terror de factura independiente que se estrenan año a año, los laureles se los haya llevado uno de los peores filmes del género del último tiempo. Porque "The ABCs of Death" es, sencillamente, una mala película, una sucesión de cortos –26 en total, uno por cada letra del abecedario– de entre 5 y 6 minutos de duración cuyo único efecto es el del shock rápido y, en la gran mayoría de las veces, inefectivo sobre el espectador.


Con cortos interesantes, como el experimental "O is for Orgasm" o el cómico y surrealista "J is for Jidai-geki", otros estéticamente bellos pero mediocres como "Y is for Youngbuck", y la mayoría olvidables –entre los que se destacan "E is for Exterminate" y "C is for Cycle", víctimas de un desgano para filmar pocas veces visto–, probablemente el más logrado sea "T is for Toilet", que puede verse enteramente por YouTube y que resultó incluido en la antología de cortometrajes a partir de un concurso de Internet organizado por los productores de la cinta entre cineastas noveles.

Pensándolo bien, el argumento acerca de la programación de "The ABCs of Death" en el BAFICI como una jugada publicitaria no sea del todo acertado. Más bien, esta película es en sí un producto publicitario; y uno que, de la mano de las malas críticas y poca repercusión, no salió del todo bien, con un estreno limitado y una recaudación de apenas 21 mil dólares en Estados Unidos. ¿Seguirá en pie la secuela anunciada durante los títulos de cierre de la película? Hoy, eso parece más un exceso de confianza que una realidad.

Si en "The ABCs of Death" lo que predomina es el intento del shock efectista a través de imágenes extremas de gore y de fluidos corporales de todo tipo que pululan en la pantalla, con el objeto de perdurar en la retina del espectador, en "The Act of Killing" (2012) ocurre todo lo contrario. Hay algo que vale la pena aclarar de antemano: "The Act of Killing" no es una obra de ficción sino un documental, y tampoco se trata de un producto de terror puro y duro, pero resulta en una de las películas más perturbadoras que se hayan visto en mucho tiempo.

En 1965, un golpe militar derrocó al gobierno de Indonesia e instaló una salvaje dictadura militar que, en poco más de un año, aniquiló a 2,5 millones de personas. El brazo armado del gobierno de facto en la tarea de aniquilar a sus enemigos no fue el Ejército como en el caso de las dictaduras latinoamericanas, sino agrupaciones paramilitares –que aún existen hoy en día, y que han aumentado en número y popularidad– y todo tipo de mafiosos y delincuentes comunes a quienes apodaron "gangsters". Por estas fuerzas represoras paralelas, el gobierno pudo echar mano de una obra de mano barata y eficaz para exterminar a los "comunistas", es decir, todos aquellos que, de una u otra manera, se opusieran al régimen dictatorial: políticos, religiosos, líderes sindicales, obreros, campesinos o bien todo aquel que osara criticar públicamente al gobierno ultraderechista.

El documental dirigido por el danés Joshua Oppenheimer y producido por el gran Werner Herzog sigue a dos "gangsters", considerados verdaderos héroes nacionales por el gobierno actual de Indonesia y muy temidos por la sociedad, que se jactan de haber asesinado a miles de personas con sus propias manos, con el objetivo de relatar sus actos y mostrar las locaciones reales en que los ejercieron. Sin embargo, los cineastas van un paso más allá y les proponen a los ejecutores recrear las escenas de tortura y ejecución con la excusa de filmar una película autobiográfica en la que relaten las que para ellos son hazañas. 

Lo que comienza como un documental histórico sobre un pasado oscuro y doloroso lentamente se va transformando en una pesadilla agobiante de la que el espectador, por un lado, quiere salir cuanto antes, pero ante la que, a la vez, se ve inmerso minuto a minuto, sumergiéndolo en una de las experiencias más angustiantes que uno pueda vivir en una sala de cine.

 
El procedimiento de recrear las ejecuciones con efectos especiales baratos y en cuyas escenas se inmiscuyen las luces de cine, la cámara, la escenografía de cartón y las voces del director y los técnicos logran un distanciamiento claro de los horrores que se retratan. De hecho, las escenas están lejos de ser impresionantes dado que casi no hay gore y las actuaciones de los criminales son exageradas y bastante pobres. Además, los vestuarios ampulosos y en algunos casos hasta absurdos –con un criminal vestido de mujer la mayor parte del metraje– dan a las acciones un toque de comedia negra que aliviana lo tenebroso de la atmósfera. Pero, al mismo tiempo, uno no puede dejar de pensar en que aquello que está siendo retratado –insultos, golpes, estrangulamientos, decapitaciones– realmente sucedió hace apenas unos años, y no una vez sino multiplicado por 2,5 millones de veces. De ahí también la ambigüedad del título de la cinta: el "acto" de matar, es decir, la acción de quitar una vida ajena a la vez que su representación ficcional en medio de una escenificación.

"The Act of Killing" es magistral no sólo porque pone en tela de juicio nuestro rol como espectadores frente a las atrocidades que se reflejan en la pantalla cuyo sustento son hechos reales y concretos ocurridos hace poco más de 45 años, sino que también nos cuestiona como meros espectadores del cine de terror.

¿Cómo podemos festejar a Jason Voorhees cuando destroza el cuerpo de una muchacha inocente? ¿Por qué nos sentimos repelidos pero a la vez estimulados cuando observamos la tortura por parte de Jigsaw en la saga Saw (2004-2010)? ¿Será que no nos molesta porque sabemos que, como dijo Brian De Palma, nos están mintiendo a 24 cuadros por segundo? ¿O es que, como un dejo atávico que resurge desde lo más profundo de nuestro ser, deseamos estar en el lugar del sádico asesino? ¿Acaso durante esos 90 minutos en una sala de cine rompemos con nuestros propios códigos morales y nos olvidamos completamente del sufrimiento ajeno para convertirnos en perversos y enfermizos ejecutores?

Más allá de todas estas preguntas –y muchas más– que quedan repicando en la mente del espectador, lo más angustiante de "The Act of Killing" no es esta dicotomía que nos provoca sino el sombrío panorama que arroja sobre el mundo del cine. La lección del filme es contundente: los monstruos son reales y habitan este mundo. No hace falta buscarlos en el espacio exterior, en una selva desconocida o en las profundidades del mar sino que viven a nuestro alrededor, a unos pocos kilómetros de distancia. No son deformes ni llevan máscaras sino que lucen tal como nosotros. Es la muerte de la ilusión del cine de terror; o, más bien, la muerte del cine de terror a secas. Ya no hay que ingresar a una sala oscura para observar cómo una luz blanca se proyecta hacia una pantalla gigante a través de un negativo y así encontrar nuestras peores pesadillas. El final, catártico como pocas veces se ha visto y tan ambiguo como el resto de la película, indica que sólo basta remitirse a las sabias palabras que alguna vez enunciara Clive Barker: "No podemos destruir el monstruo porque el monstruo somos nosotros. No hay peores monstruos que las personas con quienes nos casamos, o con quienes trabajamos, o que nos han engendrado".
 
Título original: "The ABCs of Death". País y año: Estados Unidos, 2012. Directores: Adrián García Bogliano, Ernesto Díaz Espinoza, Jorge Michel Grau, Nacho Vigalondo y otros. Guión de: Varios. Elenco: Varios.

Título original: "The Art of Killing". Países y año: Dinamarca, Noruega y Reino Unido. Directores: Joshua Oppenheimer, Anonymous y Christine Cynn.

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