Por Juan Martín Staffa
Argentina
No es ninguna novedad asociar el cine de terror de los setenta al estallido de la revolución sexual y a los movimientos de acción política más radicales surgidos a partir de hechos globales como el Mayo Francés de 1968 y, en menor medida y más circunscripto a la realidad estadounidense, el asesinato de Martin Luther King y el rotundo fracaso de la milicia local en la guerra de Vietnam. Es ya consabido el impacto que dichas conmociones tuvieron en cineastas jóvenes, quienes supieron condensar todo el descontento y la ira del momento en obras maestras del terror de bajo presupuesto que implicaron una revolución del género e incluso del cine en general.
Un caso paradigmático y harto conocido es el de George A. Romero, quien con su obra maestra "Night of the Living Dead (1968) planteó una versión desesperanzadora del presente y una visión nihilista del futuro. A su vez, Romero demostró que el cine de terror no implica solamente una alta inversión en maquillaje y dirección de arte, con castillos lujosos y vestuarios medievales, filmar en technicolor o un guión complejo con sobreabundancia de locaciones; sólo se necesita una historia atractiva y mucha creatividad a la hora de filmar –todas estas cuestiones son las que promete investigar el documental próximo a estrenarse "Birth of the Living Dead" (2013), acerca de la película de Romero–.