"Y el guía díjome:
'Tan solamente,
cuando suene la angélica trompeta,
despertarán ante su juez potente;
encontrarán su triste tumba quieta; revestirán
su carne y su figura,
su carne y su figura,
y el fallo eterno,
oirán con alma inquieta'"
Dante Alighieri,
"La Divina Comedia"
Por Juan Martín Staffa
Argentina
Argentina
Año 1960. Son tiempos de cambio para el cine de terror. La productora británica Hammer disfrutaba del éxito de sus reversiones de clásicos decimonónicos de la mano de Christopher Lee, Peter Cushing y Terence Fisher. Tierra adentro en Europa, Francia se estremecía por las escenas gore de "Les Yeux Sans Visage" (1960), obra maestra de Georges Franju, que lograba la estilización del terror sin renunciar a la calidad narrativa. En Estados Unidos, esto era confirmado por el pulso magistral de Alfred Hitchcock, quien shockeaba a las audiencias con el estreno de "Psycho" (1960). Desde los márgenes, Roger Corman demostraba que no era necesario un gran presupuesto para hacer cine de terror.
En Oriente, más precisamente en Japón, la situación era muy diferente. Las películas de terror eran un ámbito desconocido. Cineastas como Yasujirô Ozu y Kenji Mizoguchi se dedicaban a un cine reposado, repleto de historias minimalistas y contemplativas. El único que se atrevía a experimentar con géneros dentro del mainstream local era Akira Kurosawa, quien se mantenía igualmente distanciado del género de terror.