Por Juan Martín Staffa
Argentina
Una de las historias de terror más importantes de la historia de la humanidad es, sin lugar a dudas, "Frankenstein", de Mary Shelley. En aquella novela gótica –y a riesgo de caer en la obviedad de describirla–, un científico tan brillante como ambicioso logra reconstruir un cuerpo humano a partir de secciones de diferentes cadáveres. Sin embargo, ese juego, a través del cual dicho científico finalmente se cree un dios por haber creado a un ser de carne y hueso, lo termina llevando a la locura a la vez que pierde el control de su propia creación, con dramáticas consecuencias para él mismo y los que lo rodean.
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Una de las historias de terror más importantes de la historia de la humanidad es, sin lugar a dudas, "Frankenstein", de Mary Shelley. En aquella novela gótica –y a riesgo de caer en la obviedad de describirla–, un científico tan brillante como ambicioso logra reconstruir un cuerpo humano a partir de secciones de diferentes cadáveres. Sin embargo, ese juego, a través del cual dicho científico finalmente se cree un dios por haber creado a un ser de carne y hueso, lo termina llevando a la locura a la vez que pierde el control de su propia creación, con dramáticas consecuencias para él mismo y los que lo rodean.
Desde su publicación original en 1818, la relación entre los relatos de terror y la aplicación de la ciencia por parte de científicos geniales pero trastornados quedó sellada. Una vez que surgió el cine, era una cuestión de tiempo para que dicha forma de arte se encargara de llevar aquellas historias a la pantalla grande. De hecho, la novela de Shelley tuvo su adaptación en 1910, en la Frankenstein muda, producida por los estudios de Thomas Edison, uno de los precursores del séptimo arte gracias a su kinetoscopio.
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